CARTAS PARA SERVIR- Por P. Francisco Jensen

Un puñado de adolescentes, pioneros, se motivaron a escribir cartas a los abuelos y abuelas de un hogar. La idea prendió mientras Concepción entraba en cuarentena y eso restringía aún más la movilidad de ambos grupos. Aunque la idea no es nueva, aquí como en otros lugares está abriendo puertas insospechadas.

Escribir una carta es algo muy simple y al mismo tiempo valioso, para algunos fue la primera vez que lo hacían. Es menos común todavía escribirla a mano, y dirigirla a un desconocido de quien solo teníamos información general y el nombre. Después de escribir la mía y de ir conversando la experiencia, reviso las enseñanzas de este ejercicio.

Carta también se dice "misiva", es una palabra bonita, parienta de "misión". En eso estábamos, buscando cómo abrir nuevos caminos de solidaridad cuando no podemos salir, viajar, construir casas o tocar puertas. Junto al servicio en la propia casa o las iniciativas virtuales, las cartas fueron más que nunca misioneras.

Misiva también es familiar de "misil": aquí fueron lanzadas cruzando el río, los bosques y cerros, sobrevolando generaciones y entrando con precisión en medio de la soledad de los abuelos que es, en palabras del papa Benedicto, una de las pobrezas más hondas. Escribir también nos lanzó, sin querer, a la reflexión para ver qué queríamos compartir de nosotros mismos, cómo estamos caminando por este año inesperado.

La última palabra que resuena es "misa", ese recado que nos mandan del cielo, a veces como una pausa de descanso sencillo, o como un fuego que nos transforma. Como nuestros mensajes de ánimo y de esperanza esperando ser respondidos. Cada eucaristía nos vuelve a enviar para sacarnos de nuestros encierros, para seguir esa conversación con quienes lo necesitan.

Una carta es de autoría de quien la escribe, pero es propiedad de quien la recibe. Es una palabra compartida: un nudo que, aunque frágil, nos ayuda a afirmarnos.

P. Francisco Jensen