“¡No envaines jamás esa espada!”

El 20 de septiembre tuve a mi 6º hijo: Tarsicio José. “¿6º? ¿TARSICIO?”. Sí, el 6º y se llama Tarsicio… ¿…?.Esto de dar explicaciones y de que los oídos posmodernos se acostumbren nuevamente a nombres antiguos romanos es a veces un trabajo agotador y hercúleo. Pero el comentario no es para hacer una apología del nombre de mi niño, sino porque el período de licencia del que estoy disfrutando me ha permitido leer una serie de libros que me regaló mi marido, y cada uno mejor que el otro. El primero es “Los escritos de Ortega y Gasset en La Nación, 1923-1952”, (Buenos Aires, La Nación, 2005). Un Ortega y Gasset tal como a mí me gusta: lleno de fuego y con la pluma de un caballero que expone, defiende y ataca con una altura que da gusto leer y analizar. El segundo de ellos es el de John Carlin: “El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó a una Nación” (Buenos Aires, Planeta, 2010, 4º edición). Hubo una película que se basó en ese libro y es la protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon llamada “Invictus”...

| Cecilia Sturla (Argentina) Cecilia Sturla (Argentina)

El 20 de septiembre tuve a mi 6º hijo: Tarsicio José. “¿¿6º?? ¿¿¿TARSICIO???”. Sí, el 6º y se llama Tarsicio… ¿…?.Esto de dar explicaciones y de que los oídos posmodernos se acostumbren nuevamente a nombres antiguos romanos es a veces un trabajo agotador y hercúleo.

Pero el comentario no es para hacer una apología del nombre de mi niño, sino porque el período de licencia del que estoy disfrutando me ha permitido leer una serie de libros que me regaló mi marido, y cada uno mejor que el otro.

El primero es “Los escritos de Ortega y Gasset en La Nación, 1923-1952”, (Buenos Aires, La Nación, 2005). Un Ortega y Gasset tal como a mí me gusta: lleno de fuego y con la pluma de un caballero que expone, defiende y ataca con una altura que da gusto leer y analizar.

El segundo de ellos es el de John Carlin: “El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó a una Nación” (Buenos Aires, Planeta, 2010, 4º edición). Hubo una película que se basó en ese libro y es la protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon llamada “Invictus”.

El libro cuenta los entretelones, los detalles de la vida de Mandela después que sale de prisión y sus impulsos de pacificar a toda costa una Sudáfrica dividida por sus razas a través del deporte, específicamente del rugby. El escritor es periodista y fue reportero en la Sudáfrica del apartheid y Mandela.

El tercero de mis libros es “Tres monjes rebeldes”, de M. Raymond, monje trapense, (Herder, Barcelona, 1981)y forma una saga que junto a otros dos libros más, me atrevería a afirmar que son clásicos de la literatura cristiana (“La familia que alcanzó a Cristo” e “Incienso quemado”).

Angurrienta como soy con respecto a los libros, estoy leyendo los tres a la vez, anotando y subrayando las cosas interesantes de cada uno.

Transcribiré un texto de cada libro, que me llamaron la atención por lo similares:

1.- Dice O. y Gasset: “La desmoralización de las juventudes intelectuales en Europa es superlativa. (…) ¿Por qué no había de sentir la actual generación argentina el orgullo de querer ser una generación ejemplar, de iniciar una línea de ascendente clasicismo? (…) Una juventud que aspire a ser no consecuencia, repercusión, eco del pretérito en decadencia, sino al contrario, iniciación de un proceso ascensional y constructor (…) tiene que sentirse sitiada por el vulgo inerte. Esta sensación de aislamiento ha sido siempre el máximo estímulo, la genial incitación que mantiene tenso el ánimo de las minorías selectas, las cuales son selectas ante todo y sobre todo porque se exigen mucho a sí mismas”

2.- Ante el asesinato de un hombre negro por un hombre blanco que puso a Sudáfrica al borde de una guerra civil, Mandela dijo esa noche por radio: “Un hombre blanco, lleno de prejuicios y odio, vino a nuestro país y cometió un acto tan repugnante que toda nuestra nación se encuentra al borde del desastre. Una mujer blanca, de origen afrikaner, arriesgó su vida para que pudiéramos conocer y llevar ante la justicia al asesino. (…) Éste es un momento trascendental para nosotros –dijo- Nuestras decisiones y nuestras acciones determinarán si utilizamos nuestro dolor, nuestra pena y nuestra indignación para avanzar hacia lo que es la única solución duradera para nuestro país, un gobierno elegido por el pueblo… Hago un llamamiento, con toda la autoridad de la que dispongo, a toda nuestra gente para que permanezca en calma y honre la memoria de Chris Hani comportándose como una fuerza de paz disciplinada”.

3.- En el siglo XI, cuando Teodorico se enteró que su único hijo Roberto iba a ser monje, luego de unos días de asimilar la noticia, le dijo: “Roberto de Troyes, hijo de mi corazón, yo te lo ordeno, ¡No envaines jamás esa espada! ¿Me oyes? ¡No envaines jamás esa espada!”. “¿Comprendes hijo mío?” “Sí, señor”. (…) “Hijo mío, en estos tiempos la Iglesia necesita combatientes. Los necesita mucho. (…) La Iglesia de Dios está necesitada de santos que (la)equilibren(…). ¿Me oyes? ¡Necesita santos! Tú ardías por alistarte en lo que llamas “la más noble Caballería”. ¡Pues sigue ardiendo! No nos resultes un fuego de paja. Tienes que arder firmemente. ¡Tan firmemente como el sol y las estrellas! ¡Arde, hasta que te consumas totalmente! Si te vas a entregar a Dios, entrégate por entero o no te entregues. ¡Sé santo!”

(…) Y camino al noviciado, Roberto pensaba: “No me dejaré desmontar sin combatir”.

Estos tres fragmentos son de suyo lo suficientemente fuertes como para hacernos reflexionar sin necesidad que diga algo.

Sólo me gustaría mostrar el hilo que subyace a libros tan disímiles como semejantes en su motivación. Los acontecimientos mundiales son contundentes: estamos en una etapa de transición, donde las protestas masivas, que consisten en salir a la calle a protestar, simplemente, están a la orden del día. Quizás algunas son más violentas que otras, pero todas muestran signos de disconformidad. Si a un argentino le preguntan si está conforme con la realidad argentina, probablemente le diga que no, lo mismo que respondería un chileno, o un español. ¿Por qué no? Sencillamente porque las cosas no están funcionando como debieran en el orden social y económico. Hay algo que no funciona y la razón nos lo hace evidente.

¿Y de qué manera nos podemos manifestar? Protestando. El problema es cuando la protesta es todo lo que hay. Los jóvenes son factor de cambio cuando asumen con responsabilidad y compromiso ese impulso a mejorar el statu quo. Si nos quedamos con “la fuerza de la juventud”, sin guiarla, sin darle una salida organizada, esa fuerza se evapora como el agua al calor. Por ello es que la aspiración “no sólo a lo grande sino a lo más grande”, es propio de una juventud que mira a sus mayores esperando ese voto de confianza y apoyo que necesita. Un joven que no tiene ni ideales, ni un modelo al que seguir, es un joven que está dentro del “vulgo inerte”, como decía Ortega y Gasset, lo mismo que cuando un adulto “envainó la espada” motivado por intereses personales antes que comunitarios y que las fuerzas del tiempo lo “desmontaron de su caballo”. Los grandes desafíos necesitan tanto de jóvenes que se comprometan, como también de adultos que les respondan con coherencia. Y la actitud necesaria no es otra que el dejar de lado los egoísmos y el afán de salirse con la suya, en una grandeza por arriba de esos intereses, en una grandeza del alma (o magnanimidad, en su palabra originaria) que se opone al alma pequeña o pusilánime (pusillus, en lat. (fig.) de poca importancia, pequeño, insignificante, débil). Esa magnanimidad que tuvo Nelson Mandela para pacificar un país cuyo gobierno lo dejó 27 años preso, y él salió para hablar de perdón y reconciliación y exigió lo mismo a sus seguidores (la mayoría de la población negra de Sudáfrica).

El llamado a la lucha no es otro que lo que ese padre le dice a su hijo: que el tiempo y sus corrientes adversas, no nos arrastren y nos conduzcan por las sendas de “las buenas intenciones”. El llamado es a ser santos. No “buenitos”. Y ello implica un arder por una misión o por lo que consideramos es justo. Y que el fuego no sea un fuego fatuo, un fuego de paja que rápidamente se termina. Si el idealismo de la juventud es tal, deberá alumbrar también en la época adulta y en la vejez. Porque no sólo los jóvenes son idealistas; los adultos también debemos serlo. Caso contrario habremos envainado la espada y nos habremos ocultado en las mayorías inertes.

Los tres libros nos hablan de hombres que quieren vibrar con lo bueno que tiene la vida, que es fijar la mirada en la verdad, en el perdón y en el coraje de asumir desafíos nuevos que exigen todo de nosotros. Ortega y Gasset lo hace desde la filosofía (“la ciencia de los hombres libres, de los nobles, de los caballeros”, dirá Platón), porque el amor a la verdad nos impulsa a luchar en todos los ámbitos: en el religioso, en el moral, en el social. Y allí donde se tergiversan los argumentos, donde la verdad está dicha a medias conformando una mentira, donde importa el pragmatismo más que la verdad misma, es donde debemos formarnos también nosotros como santos. Mandela lo hace desde su aprendizaje en la prisión y desde su ímpetu por forjar un país sin racismos crueles que de suyo son injustos. Roberto de Troye desde su entrega a Dios y de la lección dada por su padre, que a su vez, es recibida de la caballería: si te entregas, que esa entrega sea total. Si no, no te entregues. “¡No envaines jamás esa espada!”.

¿Dónde están nuestros valientes intelectuales que no resignan a envainar la espada del intelecto frente a tantas amenazas de los medios? ¿El sentimiento de derrota nos arrojó a las catacumbas nuevamente? ¿Dónde está la audacia y el coraje que nos hace argüir coherentemente defendiendo la lógica del sentido común? ¿Dónde están nuestros adultos que “marcan el camino”? ¿Dónde los jóvenes que saben que un cambio es posible?...

Yo los veo por todos lados: quizás producto de mi optimismo en la confianza que Dios nunca nos deja solos, quizás porque detrás de todo está “el rostro del Padre”… pero los veo en las misiones juveniles, en la cantidad de jóvenes que se comprometen en alguna ONG como los de “Un techo para mi país”, “Juventud que se mueve”…, los veo en los adultos que se esfuerzan por criar familias que defienden la vida desde la concepción, que respetan al otro sin claudicar en sus principios, que inculcan valores allí donde la sociedad entera pareciera olvidarlos…

Están. Estamos. Sólo hace falta mayor entrega. Que no nos desmonten del caballo sin combatir. Porque nos guste o no, somos pocos los que podemos luchar por un mundo más justo y humano. Y justamente porque somos pocos es que debemos poner todas nuestras fuerzas y empeño en este justo combate. ¡Qué difícil es entregarse por entero a una misión! ¡Es tan fácil entregarse a medias!

Lo más importante no son los proyectos en sí, sino la fuerza con que encaramos esos proyectos y lo que generamos a nuestro alrededor con el ejemplo de vida. Esa coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos es en lo que todos se fijan: en definitiva, es el grado de santidad con el que encaramos la vida misma, es decir, en la entrega hacia ideales más altos que el hombre mismo. ¿Lo demás? Lo demás… Vanitas vanitatis…

Cecilia E. Sturla

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