JORNADA PARA JEFES DE LA RAMA FAMILIAR 1992

Significado de nuestra tarea de Jefes

P. Rafael Fernández

I. SIGNIFICADO DE NUESTRA TAREA DE JEFES

Es la primera Jornada de Jefes de grupos que hacemos y esto le confiere un carácter especial. Porque los jefes, en gran parte, determinan el desarrollo y la vida de los grupos. Si queremos ser una Comunidad Apostólica de Matrimonios sólida y activa, es primariamente responsabilidad nuestra: de los jefes de Rama, de los Asesores y, muy especialmente, de ustedes, los jefes de grupo.

Por eso, quisiéramos ahondar en el espíritu que estamos llamados a encarnar como jefes, en el contexto de la línea de año: el 20 de Enero. Queremos llegar a ser jefes a la medida del P. Kentenich; jefes que apoyen, vivan y actúen en y con el P. Kentenich. Justamente el mensaje que nos trae el 20 de Enero -eje de la historia de nuestra Familia- nos mueve a centrarnos muy directamente en el Padre Fundador.

1. El cargo de jefe es un "en-cargo"

Iniciaremos nuestra reflexión con algo muy general: Ser jefes, ser responsables de la vida y del crecimiento de un grupo, ser transmisores de vida, es un cargo derivado: no viene de nosotros mismos. Puede ser, y normalmente es así, que se nos haya elegido. Desde el momento en que se nos nombra jefes por una votación, y que se nos confirma en el cargo, ello indica que somos partícipes de un envío de Cristo, del Señor, del Padre Dios. Toda paternidad -afirma san Pablo- viene del Padre de los cielos. El Señor lo expresaba diciendo: "Así como el Padre me envió, así también yo los envío a ustedes".

Nuestro nombramiento es un encargo, un mandato del Señor. Se nos da una tarea concreta que, en último término, es derivada de Cristo. Él les dice a sus apóstoles: "Ustedes no me eligieron a mí, yo los elegí a ustedes y yo los destiné para que den fruto y un fruto abundante". "Ustedes sin mí nada pueden hacer". Eso vale también para nosotros.

Este envío de Cristo: "Así como el Padre me envió, yo los envío a ustedes", es extraordinariamente importante para nuestra conciencia de jefes. Si no fuera así, nos sentiríamos extraordinariamente desvalidos, porque las tareas son a veces demasiado grandes para nuestras fuerzas: Tenemos tantas otras cosas que hacer, además de las impuestas por nuestra jefatura... pero nos alivia la conciencia de que alguien está detrás nuestro; quien nos hace el encargo, quien nos elige para ser sus colaboradores, nos asegura su apoyo, nos da las gracias para cumplir nuestra tarea. No estamos solos...

2. Jefes de un grupo de Schoenstatt

Somos jefes de grupo en Schoenstatt, en la Obra de las Familias. Eso quiere decir que el Señor nos destinó para esta Familia. El Señor destina jefes en muchas comunidades de la Iglesia; comparte con muchos la responsabilidad por la vida de su Iglesia. Pero Dios reparte las tareas de acuerdo a lo que el Espíritu Santo nos va dando como carismas. Si Él nos llama a una comunidad concreta, entonces nos da las gracias necesarias para ejercer nuestra responsabilidad en el ámbito y con las fuentes de vida propias de esa comunidad.

 

Ahora bien, cada comunidad en la Iglesia tiene una cabeza. Pensemos en los jesuitas. El Dios de la historia, en un momento dado, dijo: quiero que surja esta Comunidad dentro de la Iglesia y yo, para ello, elijo un hombre. Llamó, entonces, a Ignacio de Loyola. Su Providencia dispuso lo necesario para que Ignacio tuviera, en ese momento en que quedó herido, un encuentro profundo con él. Ignacio cambió su vida, recibió la luz de la gracia para que iniciar algo nuevo en la Iglesia. Así Dios lo constituyó fundador de la Compañía de Jesús, su comunidad.

Este hecho es extraordinariamente importante, porque ningún jesuita podrá ser jefe, dentro de la Compañía de Jesús, sin referencia a quien Dios puso como Cabeza y como fundador de esa comunidad, a quien inició esa obra y la llevó a su crecimiento, a quien, desde el cielo, sigue e intercediendo por ella. No podemos pensar que san Ignacio esté inactivo en el cielo, sin preocuparse de su Compañía. Está en el cielo con la mayor actividad que pueda pensarse, preocupado hasta de los más mínimos detalles de su Obra, porque Dios se la encargó y cuando él se fue al cielo, Dios no le quitó ese encargo. Al contrario, san Ignacio trabaja desde ahí mucho más, y lo hará así hasta el fin de los tiempos.

Lo que vale para San Ignacio de Loyola responde a una ley que el P. Kentenich repite una y otra vez: "Dios gobierna el mundo a través de causas segundas libres". Dios no es paternalista, no hace solo las cosas: él reparte tareas. Busca personas, las llama, las convoca, les hace un encargo y pide su colaboración. Les dice: Yo necesito tu colaboración, te necesito a ti. Y si, libremente, tú aceptas, te voy a dar mi apoyo, las gracias necesarias, para que saques adelante conmigo esta Obra.

Esa es la pedagogía que Dios ha ido siguiendo desde el inicio de la creación; desde Abraham, Isaac, Jacob, Moisés... siempre Dios fue llamando a personas. A estas personas llamadas por Dios, el P. Kentenich las denomina "personalidades históricas claves". A todos los hombres Dios les hace partícipes de sus gracias, a todos les da una responsabilidad, pero, a algunos, en forma especial, los llama a ejercer una tarea que tiene una repercusión histórica única. No todos tenemos las mismas tareas. El Espíritu Santo distribuye sus dones, sus carismas como quiere, y solamente a pocos les da el lugar de un Abraham, de un San Benito, de un san Ignacio de Loyola, de un Francisco de Asís o de una Teresa de Avila. Son personalidades históricas, que tienen una repercusión extraordinaria en la Iglesia y el mundo, por siglos.

Ese es el modo de actuar de Dios: elige a los que han de jugar un papel destacado en el plan salvífico; espera su consentimiento; está y actúa a través de ellos, y reúne en torno a ellos un grupo de seguidores.

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